Hace
entre diez y siete millones de años, siglo arriba, siglo abajo, nuestros
ancestros viven como Dios en el África tropical, es decir, bajando a mano
izquierda, como quien dice. Andan en sus cosas, sin meterse con nadie y
poniéndose tibios de verdura, setas, algo de carne, no más allá de mosquitos y
gusanos (“puaaajj”), y de postre, mucha fruta, lo que llamamos dieta
mediterránea, ¡vaya! El clima es fantástico, mientras muy al norte las nieves
van camino a su retiro de invierno, ellos disfrutan de una permanente y
envidiable primavera, tipo Marina d’Or Ciudad de Vacaciones, pero a lo bruto.
Viven y duermen en lo alto de los árboles para no servir de merienda-cena a
alguna bestia parda que se presente sin avisar. Fabrican herramientas
rudimentarias que las utilizan para alimentarse, beber y taparse a modo de
manta o cuando cae un aguacero, poco más. El suelo no es un lugar seguro para
vivir, por lo que se les puede ver poco por allí, no se les ha perdido nada.
Son buena gente, humilde, sencilla, peluda y poco aseada si tu quieres, pero
muy pacífica. La vida es placentera, ellas y ellos se entienden a la
perfección, aún no se ha inventado el matrimonio y los padres se independizan
pronto de los hijos, con lo que no hay demasiados motivos para discutir. En
resumen, viven en un verdadero Paraíso Terrenal.
De
repente, sin saber ni cómo ni porque, rayos, truenos y centellas aparecen en el
horizonte. La meteorología cambia (ríete tu de nuestro problema climático) y un
cataclismo del quince parte el continente africano en dos mitades, de Norte a
Sur, más o menos desde lo que hoy vendría a ser el Mar Rojo hasta Mozambique,
kilómetro arriba, kilómetro abajo, no les puedo ser más explícito. Los que
están en el lado occidental de la falla del Rift, siguen recibiendo el
airecillo fresquito y agradable que viene del Atlántico y nada cambiará para
ellos. Gorilas, chimpancés, bonobos y un largo etcétera seguirán siendo lo que
son. Sin embargo, los que permanecen en el “otro lado” van a saber lo que vale
un peine. El Este y el Sur ya no recibirán con tanta asiduidad el agua de la
bendita lluvia y, poco a poco, el color verde se torna amarillo pajizo, no me
malinterpreten, me refiero a un color así como amarillento. Esta serie de
factores naturales (fruto de la casualidad, no se engañen) abren la puerta a
los que serán nuestros ancestros, nuestros antepasados, que los llamamos así
por no llamarlos tatarabuelos(n) que quedaría muy científico y
tampoco es para eso.
Llegados
a ese punto, ya se podrán imaginar: nuestros tataratataratatara(n)buelos
y buelas no les toca otra que bajarse de los árboles, erguirse sobre sus patas
(luego las llamaré piernas, no se preocupen) y abrirse paso por la desértica
sabana. Desde ese momento ya les podemos poner un nombre: homínidos. Si, ya sé que hemos dicho que el suelo era sumamente
peligroso pero es peor quedarse colgado en las alturas sin nada que llevarse a
la boca. Es más, cada vez quedan menos árboles a los que subirse, ergo no les
queda otra que bajar y ponerse en marcha a la búsqueda de otro vergel donde
retozar. Pero, ¡ay, amigo!, no quedan más paraísos a la vista. El alimento
escasea y los depredadores andan al acecho. Se han convertido en piezas fáciles
de cazar. Tan solo hace dos días que han dado sus primeros pasitos y no tienen
la capacidad de huir del peligro. No obstante, algo milagroso ha ocurrido: han
sido capaces de sobrevivir y se han adaptado perfectamente a este cambio
ecológico brutal. ¿Cómo? Pues cambiando el régimen alimenticio. Fin a la sacrificada dieta milagro que tanto se
daba por aquel entonces. La sabana atrae a grandes manadas de mamíferos que se
convierten en una maravillosa despensa a la que hincar el diente. Se acabó la
verdura y la fibra. A partir de ahora, mucha proteína animal procedente de la
carroña de los animales muertos y abandonados (“puaaajj”) o bien de los
obtenidos en la caza de los de talla más “asequible”, en definitiva,
gigantescos filetes que no se los salta ni un galgo. Gracias a este cambio de
hábitat y dieta, se les ocurre fabricar herramientas algo más complejas que las
utilizan para cortar y descuartizar la carne obtenida para poderla digerir y
transportar con más facilidad. Este hecho ha sido el paso más importante en la
historia de la evolución de la especie: la aparición de las primeras industrias
líticas. Nos encontramos en algún punto entre los 2,7 y 2,5 millones de
antigüedad, siglo arriba, siglo abajo. Ojalá en aquellos tiempos hubiera
existido el Carrefour para evitarles semejante esfuerzo, pero eso hubiera
cambiado la historia de la humanidad, sin ningún tipo de duda.
Que me
pierdo, discúlpeme. Pues lo que les decía, nuestros antepasados ya son
plenamente bípedos, es decir, ya podemos llamar piernas a lo que antes conocíamos como patas. Bueno,
algunos se quedaron un poco rezagados y por ese motivo, en la actualidad, los
conocemos como patosos. Se postran
sobre sus dos piernas lo que les permite tener una visión más amplia de un
entorno hasta ahora desconocido, facilitándoles el desarrollo de la técnica de
vigilancia, defensa y ataque. Hoy en día, los especialistas en estas artes se
pueden encontrar con facilidad en accesos a discotecas y eventos varios.
Permítanme un consejo: la próxima vez que salgan de fiesta, cuando lleguen a la
puerta de la disco, recuerden
que se encuentran frente a descendientes
directos de nuestros queridos ancestros. Venérenlos como se merecen y, por
favor, sobre todo no les hagan fotografías, les molesta sobremanera el fogonazo
del flash y se violentan con
facilidad. Perdón, me he vuelto a distraer: les decía que ya se sostienen sobre
las dos piernas, lo que les permite tener las manos y los brazos libres para
transportar herramientas, alimentos y crías, además de exponerse menos a la
radiación del Sol (aún no se había inventado el protector solar) y, por lo
tanto, ahorran un montón de energía corporal. Su adaptación a este nuevo medio
les exige desarrollar fantásticas estrategias de cooperación y cohesión social
(más tarde llamadas cooperativas).
Ahora los conocemos como Homo habilis
porque tienen la habilidad de convertir pedruscos en auténticas obras de arte
que les facilitan la tarea de sobrevivir en el nuevo medio.
Las
primeras industrias líticas datan de finales del Plioceno y principios del
Pleistoceno, entre los 3 y 1,5 millones de años de antigüedad, siglo arriba,
siglo abajo. Para que supiéramos de ellos, nos dejaron rastros de su existencia
a lo largo de toda África Oriental. En la Garganta de Olduvai, conocida como el
Gran Cañón de la Hominización; en el valle del Río Omo y en la región de Afar,
en Etiopía, cuna del Australopithecus
aferensis (la famosa Lucy); en el
norte de Kenia y en la planicie central de Etiopía. Es decir, todos,
absolutamente todos tenemos sangre africana en nuestras venas, diga lo que diga
el color de nuestra piel. Allí dejan guijarros, cantos rodados con filos
cortantes, lascas realizadas con cuarcita, jaspe y basalto y cosas parecidas.
El objetivo de fabricar estas herramientas no es otro que machacar, romper,
cortar y trocear la carne cazada y, de cuando en cuando, darle en la cabeza al
odioso vecino para robarle a su chica. Debido a las excelentes prominencias
aparecidas en la frente de la víctima a causa de los golpes recibidos, a este
tipo de violencia se le conoce como violencia machista o, en lenguaje taurino,
poner cuernos o banderillas.
Más
tarde llegó el fuego, de nuevo gracias una vez más a otra concatenación de
casualidades cósmicas que ya las pillara para sí Iker Jiménez. Si mi hipótesis
es correcta, es probable que los responsables del descubrimiento fueran los Homos erectus hará un par de millones de
años, siglo arriba, siglo abajo. Se han encontrado restos de barbacoas en los
yacimientos de Peninj (Tanzania), Koobi Fora (Kenia) y Swartkrans y Wonderwerk
en Sudáfrica, aunque no es descabellado pensar que en los próximos años se
puedan encontrar restos de hogueras de más antigüedad. Como pueden ver, les
hablo de barbacoas y no de asados porque los argentinos aún no habían nacido
por aquel entonces. En ese preciso instante empieza a proliferar la vida al
aire libre y los homínidos pueden pernoctar varias jornadas en un mismo
yacimiento. El fuego se convierte en un avance crucial para las generaciones
futuras porque facilita que las personas nos podamos reunir alrededor de una
hoguera y hablar de futbol, política y economía. Hay quien asegura que las
palabras “prima de riesgo” datan de aquellas lejanas fechas.
Finalmente,
sobre los 1,5 millones de años, siglo arriba, siglo abajo, nuestro antepasado Homo erectus, se convierte en
colonizador y decide ponerse en marcha hacia la parte oriental, central y norte
del continente africano para, más tarde, saltar hacia Java, Indonesia, Asia
Oriental y nuestra vieja Europa, donde dejan infinitas pruebas de su evolución,
inteligencia y modelo de supervivencia. Les recomiendo viajar hasta la sierra
de Atapuerca, un pequeño conjunto montañoso situado al norte de Ibeas de
Juarros, en la provincia de Burgos. Estoy convencido que nuestras opiniones
coincidirán plenamente.
Quizá
lo más destacable de nuestros antecesores fue la voluntad de avanzar, de seguir
adelante frente a viento y marea, de querer saber siempre más, de pensar,
sentir y actuar, y de ser capaces de transmitir su experiencia a las
generaciones que les sucedieron. Esta es, sin duda, mi definición de cultura y
la piedra angular de la aparición del ser humano. Ellos fueron capaces de
dejarnos una extraordinaria herencia, millones de años conquistados a través de
la fórmula prueba-error, con infinitas ganas de luchar por la supervivencia. Un
aprendizaje extraordinario, primero biológico y, más tarde, con la aparición de
la conciencia, una evolución cultural que nos ha llevado hasta nuestros días.
Para alcanzar ese objetivo, tuvieron que sobrevivir a millones de fracasos y de
nuevos intentos para superar los límites establecidos. Una lucha titánica ante
lo desconocido. En resumen, lo que cada día me auto-medico y recomiendo a todo
hijo de vecino: después de una caída, solo queda levantarse y volver a
intentarlo una vez más, siempre una vez más.
La
prehistoria no dejará nunca de sorprendernos. Sin duda se trata de un
gigantesco rompecabezas donde tenemos una parte importante de piezas pero, sin
embargo, nos siguen faltando otras aún más trascendentes que nos ayudarán a
completarlo aunque, quizá, habrá otras que jamás podremos encontrar. Mientras,
nuestra capacidad de saber, de imaginar y la herencia que nos han transmitido
nuestros primeros padres están escribiendo el resto.
¿Se
creen, entonces, que nunca saldremos de esta crisis? Háganme caso, dejen bien escondidas
algunas pruebas fehacientes de nuestra existencia como, por ejemplo, la
documentación de la hipoteca firmada a 80 años, algún documento de las
“preferentes” de Bankia, un ejemplar reciente de El
País o El Mundo, un DVD con la
grabación de algún telediario, es del todo indiferente la cadena de televisión
que lo emita, el comprobante conforme hemos cobrado la última prestación por
desempleo y, para finalizar, un extracto de la nueva reforma laboral. Las
generaciones del futuro, siglo arriba, siglo abajo, ya se encargarán de
encontrarle una solución inteligente, no les quepa la menor duda.