6 de mayo de 2008

¡Déjame una nota cuando te vayas! (II)

Cuando hubo recobrado toda su energía, poca cosa la verdad, empezó a caminar en dirección a casa. Tenía mucho quehacer y ningunas ganas de empezar, pero no cabía duda, se iba a poner en serio a escribir su novela.
Ya hacía décadas que le andaba dando vueltas a la idea de plasmar cuatro líneas que dieran rienda suelta a su creatividad, por años encerrada entre las cuatro paredes de su obtuso cerebro. Desde que no levantaba un palmo, siempre, por un motivo o por otro, tenía que adaptarse a los criterios de los demás, sin dejar un mínimo resquicio al riesgo de expresar libremente lo que le viniera en gana. Si en algún momento dejó correr desbocadamente su incipiente imaginación era, bien jugando un partido en la cumbre entre jugadores de papel, cromos de la época que mágicamente recobraban vida entre los pliegos de las sábanas de su cama, cancha inusitada en una partida que siempre acabada ganando o bien, encerrado en un metro cuadrado de lavabo donde iban pasando las más maravillosas mujeres, conocidas o no, desnudas o diminutamente vestidas mientras se masturbaba compulsivamente ante los atónitos ojos de su vigilante y nada tolerante ángel de la guarda.
Ahora, en plena madurez personal y profesional, su imaginación trazaba increíbles figuras casi fantasmagóricas en cualquier espacio de tiempo y lugar, sin venir a cuento, hasta casi el agotamiento físico y mental, mientras su cristalina salud se resquebrajaba a ojos vista.