16 de octubre de 2009

Lamento


No tuve tiempo para hacer planes porque otros horrores suspendieron mi futuro, pero ten por seguro que, de haberlos hecho, tú hubieras sido la columna vertebral de mi proyecto.

9 de julio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (y part 3)

Marzo 1999, Villarluengo, Teruel, España.


Salgo temprano de La Fonda en dirección a la Plaza Castel. Según todos los indicios, en la panadería del pueblo estuvo trabajando hace algunos el personaje que estoy buscando (o alguien muy parecido). Me presento al señor Antonio, dueño del establecimiento al que le muestro una vieja foto muy dañada ya por el paso del tiempo. Los ojos del entrevistado me confirman que estoy en lo cierto:
Estuvo con nosotros unas pocas semanas. De hecho, entró para San Juan del año pasado y marchó al finalizar el verano- dijo distraído en su quehacer. Cuando intento extraer más información al respecto no puede evitar una fría respuesta:
No hablaba mucho pero fue un buen empleado. Desconocía el idioma por lo que raramente podíamos establecer una conversación normal. Solo recuerdo que se pasaba el día tarareando canciones desconocidas para mí- suelta el hombre, indiferente.
Entre que mi español tampoco es fluido y su interés empieza a ser nulo, doy por finalizada la entrevista no sin antes asegurarme que la persona de la que estamos hablando sigue viviendo aquí.
Villarluengo es una melancólica población que levita en el aire entre escarpados paisajes de piedra caliza. Se encuentra en un pequeña población del interior de España, en la comarca del Maestrazgo según me cuentan sus orgullosos habitantes. Aunque soporto estoicamente el frío, salgo de nuevo a la calle acurrucándome convulsamente dentro del abrigo. Miro el cielo azul entre las estrecheces de las robustas edificaciones tocadas por sus aleros de madera tallada. Encaro la calle de La Fuente con destino a lo que antiguamente fueron unos lavaderos. Mi objetivo ahora es Casa Josefina. Según una conversación que mantuve en Barcelona con un extravagante asesor laboral al que conocí en una vieja tienda de discos descatalogados, Elvis Aron Presley (o alguien muy parecido) estuvo hospedado en este lugar la pasada navidad. Se cruzó con él en la puerta de este local y la curiosidad pudo más que la prudencia cuando lo abordó en medio de la angosta calle para preguntarle una futilidad.
No me cabe ninguna duda- contaba mientras agitaba nerviosamente las manos- es él.
Después de veinticinco minutos y un buen rosario de preguntas, la dueña del comercio confirma lo que ya me imaginaba. Una persona que encaja con el personaje de la fotografía que le muestro sigue viviendo en Villarluengo y no lo hace solo. Aunque albergo serias dudas, las entrevistas que mantengo con la encargada de un pequeño supermercado y con la dueña de la carnicería resultan prácticamente definitivas.
Oliendo cercana la presa, decido aprovechar mi estancia en el lugar para saborear con calma el fabuloso espectáculo que me brinda la naturaleza y dedico buena parte de mi tiempo a practicar la pesca, un deporte que casi tenía olvidado. La cercanía del río Pitarque me lo pone fácil. Aguas cristalinas, formaciones rocosas impresionantes debido a la erosión del aire y del agua, bellos parajes entre chopos y álamos donde meditar sobre mi vida, una vida dedicada casi en exclusiva a una quimera que ya tocaba a su fin.
Pocos días más tarde, recibo una llamada de la señorita Ann donde me indica la finalización de nuestra relación comercial. Ya no necesita mis servicios. Insiste en este punto cuando le repito por tercera vez que el objetivo está al caer. Doscientos mil nuevos dólares no me dejan elección. Cincuenta y un años recién cumplidos y un futuro tranquilo exige un rotundo punto y final y así se lo confirmo antes de interrumpir la comunicación.
A indicación del párroco, el taxi que me recoge en La Fonda para llevarme al aeropuerto de Castellón con destino a casa, escoge la pista del Barranco de la Hoz como la ruta más adecuada. En algún lugar antes de llegar a la carretera y sin que crucemos palabra alguna, decide parar el vehículo frente a una antigua masía hasta hace poco deshabitada. Mientras enciendo un cigarrillo, observo a una pareja entrada en años que disfruta de un plácido momento en la puerta de la edificación principal y a cobijo del gélido viento del norte. A ella la reconozco enseguida. Aún sin sus grandes gafas de sol, su dulce fragilidad me resulta familiar. Sin embargo tardo un poco más en saber quién es él. Su renovada delgadez y su incipiente calvicie no lo ponen nada fácil. No obstante, los acordes que mágicamente hace aparecer de una guitarra al ritmo lento de Always on my mind me recuerda que este caso está resuelto.

Junio 2009, Memphis, Tennessee, Estados Unidos

El mensaje en el móvil parece claro, sin fisuras, como un aldabonazo en medio del corazón:
Gracias por tu esfuerzo. Hemos sido muy felices. Ahora sí descansa en paz. Priscilla Ann-Beaulieu.

Fin

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'09)  http://www.lamurada.com/?p=274

25 de junio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (Part 2)

Julio 1985, Oslo, Noruega.

Decido telefonear a la señorita Ann. No me queda dinero para seguir adelante. Más de seis años persiguiendo un fantasma por medio mundo es demasiado tiempo. Aunque me exige seguir enviándole información puntual de todas mis investigaciones, promete girarme una cantidad nada despreciable de dinero que me permitirá seguir avanzando en busca del preciado objetivo.
En las primeras semanas, la pista de John Borrows me llevó hacia Buenos Aires. Una intensa huella que despertó en mi organismo fuertes descargas de adrenalina. Llegué a la conclusión que Elvis (o alguien muy parecido) había estado viviendo en aquella caótica ciudad aunque sólo un par de inseguros testimonios dieran coartada a tamaña conjetura. Después de varios meses de intensas investigaciones, di por desaparecido al protagonista. A pesar de mi prudencia, una tribu de irreverentes paparazzos me pisaban continuamente los talones por lo que decidí poner pies en polvorosa de la noche a la mañana.
De allí me trasladé a Cuzco donde un grupo de turistas orientales perjuraban que habían estado junto a él sobre las ruinas del Machu Picchu. Llegué tarde y unas pocas imágenes tomadas con una vieja Polaroid no podían confirmar ni desmentir por si mismas la aparición de “El Rey” en tierras incas.
Jimmy “Orion” Ellis fue el personaje que decidió mi vuelta a casa, concretamente a Dallas, Alabama, donde Orion actuaba enmascarado en tugurios de dudosa reputación. El rumor de que Elvis era tal personaje parecía increíble pero debía averiguarlo en persona. Falsa alarma. Jimmy era un pobre cantante venido a menos que aprovechó los rumores sobre la muerte de la estrella en beneficio propio.
De Montana, Cambridge, Southampton, Castelar, Hamburgo hasta la mismísima Tasmania en tierras australianas. Miles de millas siempre detrás de un intangible con resultados catastróficos. Ninguna de las personas con las que hablé y ni una sola de las pistas que fui siguiendo me condujo a puerto alguno.
Ahora me encuentro en el Grand Café de Oslo. Tengo una entrevista con Karl Jacobsen, un piloto sueco de la SAS que asegura haber estado hablando con el mismísimo Elvis (o alguien muy parecido) en el Asker Golf, un exclusivo club deportivo a las afueras de la capital noruega.
Se presentó como Vernon. Parecía cansado aunque su aspecto era bueno, quizá más delgado desde la última vez que lo vi por televisión y con mucho menos cabello que aquel entonces- comenta el piloto con cierto aire nostálgico.
Estuvimos hablando sobre la calidad de vida de los noruegos y su amabilidad con los forasteros- sonríe el aviador jugando con la cucharilla del café.
Todos los detalles que recuerda son banales excepto la última frase que me dirige en el momento de la despedida:
Por cierto, también comentó su intención de viajar hacia el sur. Dijo haber encontrado un lugar maravilloso donde vivir y habló sobre reunirse con una mujer o algo así- explica recordando su encuentro con el anónimo personaje.
De todos las personas que he conocido en estos últimos años, Karl es, sin duda alguna, mí corazonada más seria, la más inquietante de todas las sospechas que he perseguido durante este tiempo. Creo que pronto daré con él.


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22 de junio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (Part 1)


Febrero 1979, Memphis, Tennessee, Estados Unidos

Antes de acabar mi aburrida jornada laboral recibo una llamada misteriosa en mi pequeña oficina de la calle Beale . Una sensual voz femenina apunta querer verme de inmediato. Se niega a responder ninguna de las preguntas que le hago, dejando para más tarde cualquier aclaración. Ser detective privado comporta este tipo de situaciones y fantaseo desde hace tiempo con momentos como éste.
Se presenta poco antes de las siete. Hace un buen rato que ha oscurecido y el minúsclo cubículo se encuentra materialmente en la penumbra. Sólo la pequeña lámpara de sobremesa ofrece algo de vida al recinto. Toma rápidamente asiento y en un gesto estudiado, se quita uno a uno los guantes que guarda discreta en su bolso. Aunque no hay mucha luz, puedo intuir la silueta de una hermosa mujer debajo de un largo y carísimo abrigo. Viste completamente de negro y sus grandes gafas de sol conceden a este instante todo el misterio posible. Ann es la única seña de identidad que me quiere revelar.
Hace año y medio que Elvis Aron Presley ha muerto y desde aquel mismo día en toda la ciudad corren como la pólvora un sinfín de historias increíbles sobre el difunto. Mientras la escucho atentamente, apuro el último cigarrillo que me quedaba:
No hay problema,- comenta la reservada clienta- Le hablaré claro Sr. Wymark, todos los que le hemos rodeado ya estamos acostumbrados a este tipo de cosas, pero la compañía de seguros lo ha complicado todo. Es prioritario que lo encuentre.
Abre de nuevo su bolso y saca de su interior un pequeño sobre del que me hace entrega. Al abrirlo, aparece una pequeña tarjeta escrita por una de sus caras:
“Para mi amada Ginebra de su caballero Lancelot”. Lentamente, una lágrima se derrama por su mejilla.
Me llegó hace un par de días junto a una rosa. Es él – las palabras salen quedamente de sus labios- es él, sin duda, ¡está vivo! y necesito encontrarlo- repite sollozante.
Una mano frágil pero bien cuidada me tiende un cheque por valor de cien mil dólares que deposita delicadamente sobre la mesa.
La otra mitad al finalizar el trabajo – sentencia fríamente mientras se levanta dirigiéndose a la puerta.No me atrevo a preguntarle nada más pero creo que está todo hablado. Encontrar a Elvis asegurará para siempre el resto de mis días y no voy a dejar escapar semejante ocasión.
Una minúscula sonrisa aparece dibujada en la comisura de sus labios mientras se despide de mí con un suave movimiento de cabeza.
El principio de mi futuro empieza esta misma noche. Sólo tengo treinta años y una dorada jubilación está al alcance de la mano. ¿Qué puedo pedir más?

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19 de abril de 2009

La insoportable levedad del tener


Aunque imaginar suele ser ejercicio sano y muy recomendable, volar sobre alfombras mágicas ha sido y siempre será digno de cuento.
Nuestro estilo de vida ha llegado a ser muy superior a las metas que nos habíamos marcado. Quien más quien menos, ha surcado los aires hasta lejanísimos destinos, posee una o más viviendas a tenor de la estación del año, un buen parque automovilístico que hable sobradamente de nuestras posibilidades y un crédito hipotecario condimentado regularmente.
Y así, después de acumular prosperidad durante décadas, ha llegado la hora de la reflexión, de apearnos de nuestra vida en las nubes para poner pies en tierra firme.
De la generación que nos precede echo en falta el esfuerzo discreto, el sacrificio del individuo en pos del colectivo y el amor por los pequeños logros. Pongámonos pues manos a la obra y traspasemos los frágiles activos del tener a la más consistente columna del ser para equilibrar nuestro balance. Solo así conseguiremos un futuro más prometedor para las generaciones venideras.


(Artículo publicado en K-News Abril'09)

La muchacha del 36


Enero del 68. La noche era muy desapacible. La niebla caía sobre la ciudad envolviéndola toda de frío y humedad. Llevaba un rato esperando el autobús para que me llevara de vuelta a casa. Ocupaba el tiempo observando el devenir de camiones en los sucios tinglados del puerto. De entre la bruma, aparecieron de repente los amarillentos faros del 36, un viejo Seida que desde Colón se acercaba boquiabierto y malhumorado a la parada de Antonio López. Con un bronquítico bufido quedó frente a mí mientras las puertas traseras se abrieron con un chasquido metálico. Subí de un salto los escalones y con un rápido buenas noches pagué al cobrador con las dos últimas pesetas que me quedaban. En su interior solo había una mujer sentada en la parte delantera. Ocupé un asiento cercano a ella en el mismo momento que el vehículo arrancó en un movimiento convulso. Hacía mucho frío y mi aliento despertó un gélido vaho en el cristal de la ventana. No había nadie en la siguiente parada con lo que el conductor decidió acelerar hacia López Varela dejando atrás un rastro de sucia polución. La mujer a la que me refiero resultó ser una muchacha joven, de cabello oscuro y mirada asustada que destacaba sobre todo por la transparencia de su piel, diríase que de un frágil material que estuviera a punto de quebrarse. Reparé que entre los dedos de sus manos pendían las cuentas de un hermoso rosario que apretaba con fuerza inusitada. El automóvil seguía su camino a toda velocidad. La temperatura dentro de aquel viejo autobús iba claramente en descenso y no llevaba suficiente ropa encima para aliviar mi destemplanza. A esas horas no había nadie en aquella parte de la ciudad y continuamos avanzando hacía Bogatell, no sin antes cruzar el paso a nivel de infausto recuerdo. Hacía un par de meses un tranvía había quedado hecho un amasijo de hierros en aquel mismo lugar ante la embestida de un tren de mercancías. De mi boca aparecía un humo espeso cada vez que expiraba el aire de mis pulmones. Con un ligero movimiento de cabeza insinué preguntarle que le estaba sucediendo pero, inconcebiblemente, ella no me respondió, solo me miraba con unos ojos aterrados mientras seguía apretando entre sus manos las cuentas del rosario. Empezaba a tener un poco de miedo ante lo que estaba sucediendo. Cuando ya habíamos pasado de largo la parada de Bogatell y nos dirigíamos hacia el cementerio del Pueblo Nuevo, pasó algo que me dejó perplejo. La muchacha cambió su semblante, sus manos inquietas dejaron de mover nerviosamente el relicario y una sensación de frialdad ensombreció su rostro. Poco a poco alcanzó a levantarse en un movimiento sereno y pausado. Mi corazón bombeaba sangre muy deprisa y sin embargo, seguía petrificado. Cuando el autobús giró hacia su izquierda y justo antes de embocar hacia Taulat, nuestra pasajera desapareció súbitamente ante mis incrédulos ojos. Me puse en pié de un salto y miré hacia la parte trasera del autobús. Una sombra entre la bruma se dirigía hacia el muro del cementerio. Ella giró lentamente la cabeza y mientras me decía adiós con un leve movimiento de mano, su figura desapareció como por encanto. Ante mi evidente angustia, ni el conductor ni el cobrador confesaron jamás haber visto mujer alguna dentro de aquel vehículo. Nunca volví a verla. Sin embargo, desde aquel día sigo encontrándome a personas que desaparecen de repente a la altura del viejo cementerio. Si os fijáis detenidamente, el asiento que está en la parte delantera del 36 siempre está vacío.
(Este relato participa en la 3ª edición del concurso de relatos cortos de TMB)

7 de marzo de 2009

Conversaciones privadas


Dentro de unos días empezaré a cambiar el rumbo de vida.
Efectivamente, voy a dar un golpe de timón poniendo proa hacia un destino distinto del que tenía hasta ahora.
- ¿Qué es lo que vas a hacer?
- Pues no tengo la menor idea.
- Entonces, ¿cómo estás tan seguro de que ocurrirá?
- ¡Ah! No estoy seguro de nada.
- Dime, ¿Has pensado cuál es el puerto al que te quieres dirigir?
- No, solo quiero llegar a algún lugar dónde me sienta plenamente satisfecho.
- ¿Llevarás equipaje?
- Con lo puesto llegué hasta aquí y con lo mismo partiré
- ¿Escribirás?
- Desde luego. Suelo hacerlo todos los días de mi vida y ahora no lo abandonaré.
- Como decías que ibas a dar un giro a tu vida pensé que ya no escribirías.
- Sin duda lo haré. Voy a cambiar el rumbo pero seguiré navegando.
- ¿Me echarás de menos?
- Claro que sí. Hemos pasado juntos tanto tiempo que será imposible olvidarte. Es más, no podré ni querré. Demasiadas cosas tenemos en común como para lanzar por la borda tantos momentos felizmente vividos.
- ¿Y qué será de los tuyos?
- Vienen conmigo. Nos gusta salir juntos a navegar.
- Pero, ¿lo has hablado con ellos?
- ¡Uy! ¡Qué va! Será una sorpresa. Espero que les guste la idea.
- Bueno, pues nada. ¡Qué te vaya bonito!
- Eso espero... ¿Te puedo pedir un favor?
- ¡Naturalmente!
- SI dentro de un tiempo sigues viéndome navegar por los mismos derroteros que hasta ahora, ¿Podrás recordarme que soy un cobarde?
- Evidentemente. Después de haberme ilusionado no puedes hacerme esto. No lo entendería.
- Voy a poner todo lo que tengo para hacerlo realidad.
- Así me gusta. Decisión y determinación.
- Ya te contaré
- Llámame pronto.
- Desde luego.
- Nos vemos.
- Un beso

14 de febrero de 2009

¡¡Lo celebraremos juntos!!


Sigo despierto por las noches y hay veces que necesito soñar de día, no lo puedo remediar....¡¡¡para lo que hay que ver!!!
Fíjate tú que el otro día me andaba rompiendo la olla pensando que sería capaz de hacer en esta vida con los casi de 11 millones de euros que ha ganado el/los acertante/s de la lotería primitiva del sábado pasado. ¡Dios! no podía concentrarme. De hecho, elaboré una especie de decálogo que definí como “de repente, rico que te mueres”:


1º- Silencio. En primer lugar (pensé), no se lo diré absolutamente a nadie, para no agobiarme de entrada. Dicen los que saben que es el entorno los que marean y te acaban haciendo cometer semejantes locuras.

2º- Ingresar en diferentes cuentas bancarias (y en billetes pequeños, sin numerar) el suculento tesoro, no vaya a ser que pierda la cartera, cosa que no sería nada extraña en mí y me acabe quemando a lo bonzo.

3º- Dejar de trabajar. Siempre me he cagado en la madre del tío que inventó el trabajo. Llevo trabajando más de 30 años y aún no le he encontrado el secreto al asunto. Cualquier excusa será válida para salir de la noria de manera honrosa y discreta...muuuuy discreeeetaaa.

4º- Coger un tren (los aviones me son desagradables, ¡Qué le vamos a hacer!). Que corran los kilómetros, solo (ya volveré), sin prisas, dejando la vista perdida en el horizonte, haciendo un punto muy aparte en mi vida, sin rencores pero tirando al container de la memoria una parte de mis recuerdos y de los personajes que los sustentan . Cuando vuelva quiero estar más oxigenado, con más ganas de reventar el resto de la vida que me queda por vivir junto a los míos...si ellos quieren, claro.

5º- Escribir y leer. Leer y escribir sin descanso. Tengo millones de cosas que contar y necesito combustible para no parar....y música de fondo, mucha y buena música como colchón de tanta letra.

6º- Piscina y gimnasia. Ya lo sé, esto no debería entrar en este decálogo pero en mi caso, me es del todo imprescindible para realizar cualquier otra cosa...No os preocupéis, me pondré en manos de una life and personal coaching que me ponga duro como una piedra...estoy hablando de cervicales, lumbares y abdominales, no de genitales, ¿eh?

7º- Alimentarme y descansar bien. Buen comer y buen yantar sin escatimar un euro y, a poder ser, sin poner un pié en la cocina...nunca se me dió bien.

8º- Estudiar la carrera de Filosofía y Letras. Siempre me quedó en la columna del debe esta asignatura. Seguramente ya no me hará falta en mi currículum vitae pero si en mi orgullo personal. Ahora ya no tendré que trabajar más, ¿lo recordáis?

Y vamos a lo importante:

9º- Familia y Amigos. Sí, ya me va tocando dar el primer paso. Siempre son ellos los que me llaman, me escriben, se preocupan con mis cosas y se ríen (a veces) de ellas. Por primera vez quiero darles ventaja, pensaré en ellos. Aprovecharme del tiempo que les quede a mis mayores y disfrutar junto a ellos de los de mi generación y las siguientes....voy a ser tío abuelo...¡¡Diosss!!

10º- Mi mujer y mis hijos. No necesito más comentarios. Las otras nueve no sirven de nada sin ellos. De hecho, nada sirve sin ellos, ni todo el dinero del mundo puede hacer que no les eche de menos. ¡Ya!, Y del viaje en tren ¿qué? Ya dije que volvería, no tiene nada que ver con ésto.

Pues andaba en estas conjeturas cuando el taxi llegó a mi destino y una agradable reunión de trabajo me obligó a realizar un aterrizaje forzoso en mi dulce rutina.
Conoceréis que este sueño de ha hecho realidad cuando recoja el premio literario a mi primera novela, recién licenciado, junto a los míos, con una piel tersa y morena y un cuerpo atlético que te mueres, pero lo que es contároslo, os lo aseguro, no os lo pienso contar.
Eso sí, os llamaré para celebrarlo juntos.