25 de junio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (Part 2)

Julio 1985, Oslo, Noruega.

Decido telefonear a la señorita Ann. No me queda dinero para seguir adelante. Más de seis años persiguiendo un fantasma por medio mundo es demasiado tiempo. Aunque me exige seguir enviándole información puntual de todas mis investigaciones, promete girarme una cantidad nada despreciable de dinero que me permitirá seguir avanzando en busca del preciado objetivo.
En las primeras semanas, la pista de John Borrows me llevó hacia Buenos Aires. Una intensa huella que despertó en mi organismo fuertes descargas de adrenalina. Llegué a la conclusión que Elvis (o alguien muy parecido) había estado viviendo en aquella caótica ciudad aunque sólo un par de inseguros testimonios dieran coartada a tamaña conjetura. Después de varios meses de intensas investigaciones, di por desaparecido al protagonista. A pesar de mi prudencia, una tribu de irreverentes paparazzos me pisaban continuamente los talones por lo que decidí poner pies en polvorosa de la noche a la mañana.
De allí me trasladé a Cuzco donde un grupo de turistas orientales perjuraban que habían estado junto a él sobre las ruinas del Machu Picchu. Llegué tarde y unas pocas imágenes tomadas con una vieja Polaroid no podían confirmar ni desmentir por si mismas la aparición de “El Rey” en tierras incas.
Jimmy “Orion” Ellis fue el personaje que decidió mi vuelta a casa, concretamente a Dallas, Alabama, donde Orion actuaba enmascarado en tugurios de dudosa reputación. El rumor de que Elvis era tal personaje parecía increíble pero debía averiguarlo en persona. Falsa alarma. Jimmy era un pobre cantante venido a menos que aprovechó los rumores sobre la muerte de la estrella en beneficio propio.
De Montana, Cambridge, Southampton, Castelar, Hamburgo hasta la mismísima Tasmania en tierras australianas. Miles de millas siempre detrás de un intangible con resultados catastróficos. Ninguna de las personas con las que hablé y ni una sola de las pistas que fui siguiendo me condujo a puerto alguno.
Ahora me encuentro en el Grand Café de Oslo. Tengo una entrevista con Karl Jacobsen, un piloto sueco de la SAS que asegura haber estado hablando con el mismísimo Elvis (o alguien muy parecido) en el Asker Golf, un exclusivo club deportivo a las afueras de la capital noruega.
Se presentó como Vernon. Parecía cansado aunque su aspecto era bueno, quizá más delgado desde la última vez que lo vi por televisión y con mucho menos cabello que aquel entonces- comenta el piloto con cierto aire nostálgico.
Estuvimos hablando sobre la calidad de vida de los noruegos y su amabilidad con los forasteros- sonríe el aviador jugando con la cucharilla del café.
Todos los detalles que recuerda son banales excepto la última frase que me dirige en el momento de la despedida:
Por cierto, también comentó su intención de viajar hacia el sur. Dijo haber encontrado un lugar maravilloso donde vivir y habló sobre reunirse con una mujer o algo así- explica recordando su encuentro con el anónimo personaje.
De todos las personas que he conocido en estos últimos años, Karl es, sin duda alguna, mí corazonada más seria, la más inquietante de todas las sospechas que he perseguido durante este tiempo. Creo que pronto daré con él.


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22 de junio de 2009

Elvis, Memphis, Villarluengo (Part 1)


Febrero 1979, Memphis, Tennessee, Estados Unidos

Antes de acabar mi aburrida jornada laboral recibo una llamada misteriosa en mi pequeña oficina de la calle Beale . Una sensual voz femenina apunta querer verme de inmediato. Se niega a responder ninguna de las preguntas que le hago, dejando para más tarde cualquier aclaración. Ser detective privado comporta este tipo de situaciones y fantaseo desde hace tiempo con momentos como éste.
Se presenta poco antes de las siete. Hace un buen rato que ha oscurecido y el minúsclo cubículo se encuentra materialmente en la penumbra. Sólo la pequeña lámpara de sobremesa ofrece algo de vida al recinto. Toma rápidamente asiento y en un gesto estudiado, se quita uno a uno los guantes que guarda discreta en su bolso. Aunque no hay mucha luz, puedo intuir la silueta de una hermosa mujer debajo de un largo y carísimo abrigo. Viste completamente de negro y sus grandes gafas de sol conceden a este instante todo el misterio posible. Ann es la única seña de identidad que me quiere revelar.
Hace año y medio que Elvis Aron Presley ha muerto y desde aquel mismo día en toda la ciudad corren como la pólvora un sinfín de historias increíbles sobre el difunto. Mientras la escucho atentamente, apuro el último cigarrillo que me quedaba:
No hay problema,- comenta la reservada clienta- Le hablaré claro Sr. Wymark, todos los que le hemos rodeado ya estamos acostumbrados a este tipo de cosas, pero la compañía de seguros lo ha complicado todo. Es prioritario que lo encuentre.
Abre de nuevo su bolso y saca de su interior un pequeño sobre del que me hace entrega. Al abrirlo, aparece una pequeña tarjeta escrita por una de sus caras:
“Para mi amada Ginebra de su caballero Lancelot”. Lentamente, una lágrima se derrama por su mejilla.
Me llegó hace un par de días junto a una rosa. Es él – las palabras salen quedamente de sus labios- es él, sin duda, ¡está vivo! y necesito encontrarlo- repite sollozante.
Una mano frágil pero bien cuidada me tiende un cheque por valor de cien mil dólares que deposita delicadamente sobre la mesa.
La otra mitad al finalizar el trabajo – sentencia fríamente mientras se levanta dirigiéndose a la puerta.No me atrevo a preguntarle nada más pero creo que está todo hablado. Encontrar a Elvis asegurará para siempre el resto de mis días y no voy a dejar escapar semejante ocasión.
Una minúscula sonrisa aparece dibujada en la comisura de sus labios mientras se despide de mí con un suave movimiento de cabeza.
El principio de mi futuro empieza esta misma noche. Sólo tengo treinta años y una dorada jubilación está al alcance de la mano. ¿Qué puedo pedir más?

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