29 de agosto de 2010

Autobiografía autodefinida


Solución capítulo anterior: PECADO

Capítulo IV

Nueve letras: Del gr. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.

Vivo en un piso de propiedad con ciento veinte metros cuadrados escriturados. Me he casado dos veces y me he divorciado solo una. Mi actual pareja, Sara, ha aportado al núcleo familiar un hijo, Jorge, que sumado a mis dos pequeñas, Elena y Ana hemos formado un gran hogar. En el barrio donde resido en la actualidad no caben ni miserias ni estrecheces. Sus avenidas, aunque en obras, son anchas y bien asfaltadas. El tráfico es denso a cualquier hora del día pero se encrudece sobre todo salida de fin de semana o éxodo vacacional. Sus comercios son modernos y funcionales y han sido diseñados para satisfacer las necesidades de la vida actual y están a nuestro servicio a cualquier hora del día y de la noche. Sus edificios tienen pocos años de vida y mantienen estéticas similares aunque hay alguno que rompe esa armonía por su gran altura y poco gusto.
No conozco a mucha gente en mi barrio, la mayoría trabajamos todo el día en lugares lejanos y es difícil cruzar un simple saludo con alguien incluso en tu propia escalera.
La escuela de los niños se encuentra a unos veinte minutos en coche o media hora en transporte público con lo que hay que levantarse bien temprano por la mañana para no hacer tarde. Además de la labor escolar, los niños hacen todo tipo de actividades extraescolares para reforzar conocimientos y condición física. Debido a nuestras ocupaciones, disponemos de muy poco tiempo durante la semana para estar juntos.
Pero el fin de semana es distinto, nos reunimos para hacer mil y una actividades que pasan desde ir al bosque o la playa hasta quedarnos en la ciudad para ir al centro comercial, donde acabamos haciendo la compra semanal y viendo una película de estreno en 3D en el multicine.
En ocasiones vamos a visitar a mi madre. Vive sola en su piso de siempre. Pero el barrio ha cambiado. Sus gentes son muy distintas, ya no existen las tiendas de antaño, la excavadora ha hecho un trabajo meticuloso para actualizar el estado de un distrito que entraba en decadencia según declaró el alcalde en una entrevista televisiva. La escuela donde aprendí se ha convertido en apartamentos de alto standing. Ya no viven allí los amigos con los que jugué. Una importante marca de moda ha ocupado el lugar del cine donde intenté crecer. No hay casi nada que se parezca a lo que era y, sin embargo, todo me hace recordar a un tiempo vivido con infinita felicidad. Sentimientos encontrados difíciles de comprender incluso para quien ha tenido la suerte de vivirlos.
Cuando llegue a casa me conectaré de inmediato a internet para crear un grupo en facebook con el objetivo de reunir al mayor número de viejos amigos. ¡Buena idea!

Solución a este capítulo: NOSTALGIA

Capítulo V

Tres letras: Del lat. amb. Término, remate o consumación de algo.

Solución: FIN

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'10)  http://www.lamurada.com/?p=496


19 de julio de 2010

Autobiografía autodefinida


Solución capítulo anterior: FELICIDAD

Capítulo III

Seis letras: Del lat. m. Transgresión voluntaria de preceptos religiosos.

Desde que hice mi primera comunión, la visión que tenía del mundo y de la vida fue cambiando confesión a confesión hasta dar un giro copernicano. Ni por la imaginación me llegó a pasar que aquellos seres horrorosos que tanto me irritaban hacía tan solo unos pocos años se habían convertido en formas libidinosas nocivas para mi salud, no solo física sino también mental. Vivía en una ecuación imposible de despejar, primero porque no había solución racional y segundo porque no tenía la más mínima intención de dejar de interesarme por tan bella revelación.
En la escuela a diario manteníamos a raya las hormonas gracias a la separación de clases por sexo. En contadísimas ocasiones podíamos cruzar un par de palabras con el género opuesto.
Solo pequeños trozos de papel a modo de carta servían para comunicarnos con ellas y poder trazar planes para la salida o los fines de semana. Cuanta literatura prometedora acabó desaprovechada en papeleras y alcantarillas.
Pese a todo, los sábados por la tarde la sangre se desbocaba por mis arterias como los alazanes que aparecían en la cartelera del cine de mi barrio. Era de las pocas veces que podía ir acompañado de alguna chica con la innegociable aprobación de mis mayores, eso sí, solos en pareja de ningún modo, siempre flanqueados por un número de amigos más o menos considerable. Me era indiferente, se trataba de azuzar la imaginación y lo que la naturaleza reclamara. Sentarme al lado de Cecilia, la chica que más me llamaba la atención era un auténtico delito a cualquier ley física conocida pero no podía existir en el mundo nadie más feliz. Tenerla justo a mi vera, sintiendo su respiración, embriagándome con su olor, rozando su mano y la mía con inocente casualidad perjudicaba sin duda la estabilidad de mi cabeza y perdía el paralelismo de la vista a causa de las miradas de soslayo. Pero el final se acababa repitiendo una vez tras otra, ni una palabra de amor, ni una caricia aprovechada y en absoluto un beso furtivo, absolutamente nada. ¿Podía ser más estúpido? Adolescénticas tardes que acababan indefectiblemente en intranquilos sueños cuando no en profundas pesadillas nocturnas. Purgatorio o infierno, no había otro camino.
Las hormonas estallaban dentro de mi ser hasta hacer insoportable las cinematográficas tardes de sábado, por cierto, siempre en sesión doble de películas serie B.
No siendo posible controlar la imaginación y teniendo como seguro suicidio espiritual acercarme más de lo legalmente correcto, decidí varias veces ser el mejor estudiante de mi generación y me esforcé por no perder ni una sola de mis neuronas en otra cosa que no fuera alimentar el intelecto. Me ocupé en mantener lejos la tentación a base de concentrarme en clase e hincar los codos hasta bien entrada la noche en cualquier rincón libre que hubiera en casa. Gracias a ello conseguí aprobar el graduado escolar y superar no sin dificultad el bachillerato con la consecuente alegría familiar y su correspondiente y saludable caldo de gallina.
Sin embargo, el tiempo fue pasando y la naturaleza haciendo forzosamente su trabajo con lo que acabé en brazos de Afrodita con la misma frecuencia que dejé de escuchar misa los domingos.

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'10) http://www.lamurada.com/?p=496

1 de julio de 2010

Autobiografía autodefinida


Solución capítulo anterior: POBREZA

Capítulo II

Nueve letras: Del lat. f. Satisfacción, gusto, contento

A los cuatro años mi familia decidió que estaría mejor en el colegio de la parroquia que en casa por lo que Remedios decidió sin demora inscribirme el mismo día de mi aniversario (hubo caldo de gallina toda la semana para celebrarlo) entre exagerados llantos y estibadoras blasfemias que había aprendido en los fuertes brazos de mi abuelo Paco.
El lugar tenía por nombre Colegio-Academia San Pancracio, uno de aquellos antiguos palacetes de arquitectura medieval de los que hablaba anteriormente, con una elegancia serena y mágica que lo dotaba de gran majestuosidad pero que a su vez, me horrorizaba sobremanera caminar por sus estrechos pasillos o quedarme solo en aquellos baños terroríficamente oscuros cuando la naturaleza exigía aliviar al cuerpo durante un espacio por corto que fuera.
El director de la escuela, Sr. Aragón, presumía de su modelo educativo y desde un buen inicio lo dejaba claro y diáfano a todo aquel que quisiera escuchar: Instruir a partes iguales educaciones religiosa, física y del espíritu nacional a través del flamante sistema docente conocido como “la letra con sangre entra”, novedosísima técnica japonesa de memorización y aprendizaje.
La Geografía, las Matemáticas y la Lengua Española conjugadas con el minimalismo de un ritmo metronómico ayudaban a memorizar regiones, tablas de multiplicar y preposiciones hasta llegar al tras y por si no fuera suficiente, se acababa la lección con uno o varios cachetes que dejaban bien despejada la mente para hacer hueco a los axiomas recién expuestos.
Pero aunque parezca mentira, fue una época llena de emocionantes descubrimientos, los amigos crecían como setas, no en vano empezaba a florecer lo que luego fue conocido como baby boom o niños por docenas. Nuestra pandilla se componía de una veintena de críos y crías que teníamos prácticamente todo en común. Mis mejores amigos eran Carlitos, Javi y Guille, los cuatro mosqueteros. Con tal jauría era muy sencillo inventar juegos, cavilar travesuras y organizar peleas que se acababan dirimiendo en discutidísimas partidas de futbolín. Como cualquiera a semejante edad, las experiencias son innumerables pero algunas de ellas son dignas de relatarlas:
La lagartija en el cadalso era un pasatiempo de lo más entretenido aunque no dejaba de ser una auténtica tortura para el animal. Seguramente hubiera hecho furor entre la chiquillería en la época de la inquisición. La pobre e indefensa bestia acababa siendo pasto de las llamas en una horca hecha ex profeso para la ocasión. La duración del juego desde que partíamos a la caza del infortunado reptil hasta la defunción del reo duraba con facilidad varias tardes.
El churro, mediamanga, mangotero bien planteado era un saludable y distraído juego pero con nuestra personal variante de llevarlo a la práctica, convertía los saltos en auténticas bombas humanas que dañaban considerablemente rodillas y columnas vertebrales. El chepa trataba de matar a pelotazos al pobre que tuvieras más cerca y sin duda el deporte rey, el futbol, practicado en campos imaginarios de ocho por tres metros con adoquines como tramposos contrincantes y faroles a modo de víctimas propicias de nuestro mal perder.
Y todo ello mientras las crispantes niñas nos rondaban inocentemente imaginando ser tan altas como la Luná al tiempo que acariciaban amorosamente muñecas vestidas de azul que iban en barquitos chiquititos que no sabí-bi-bian navegar.
Tiempos de ojos a la funerala, zapatos deslenguados, monedas de dos reales, reglazos en las yemas de los dedos, rosarios de los sábados o gritos de madres vociferando a los hijos la pronta caducidad de una cena caliente definían sin tapujos a un humilde barrio repleto de vida.

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'10) http://www.lamurada.com/?p=496

24 de junio de 2010

Autobiografía autodefinida


Capítulo I

Siete letras: f. Falta, escasez

En el barrio donde nací casi no entraba el oxígeno. Sus calles eran angostas, adoquinadas y laberínticas, de un color indefinido que yo llegué a bautizar en algún momento inspirado como “gris miseria”. A modo de regios gallardetes, pendían de sus balcones chorreantes ajuares que daban tímidas pinceladas de color al poco cielo que se podía observar y humedad crónica a un suelo de lo más irregular.
Llegó a ser centro neurálgico de la ciudad allá por los siglos XIII al XV. Desde tiempos inmemoriales, fue lugar de acogida a gentes venidas de todos los puntos cardinales y de variados estratos sociales. Los grandes mercaderes habitaban en sus hermosos palacios a cuatro pasos de conventos dominicos y mancebías de baja estofa, motor éste durante años de la economía del lugar. Actualmente, alguno de estos edificios aún se mantienen firmemente en pie para júbilo de turistas e historiadores.
Pasados los siglos, toda noble actividad y negocio prostibulario dieron entrada a la fiereza de los nuevos tiempos con sus revoluciones industriales y tras ello, sus crecimientos demográficos espectaculares.
Y después de guerras y posguerras nací yo, entre voces y estrecheces, José Luis de nombre formal aunque Pepito para los íntimos. Mal haría yo diciendo que llegué al lugar equivocado pues reconozco que no lo cambiaría por nada del mundo pero quizá el momento no fue el adecuado. Si he de ser sincero, algo de espacio faltaba en casa. Para hacer un cálculo rápido resumiré brevemente. En un piso de sesenta metros cuadrados habitábamos:
Remedios, una madre pionera en el trabajo por cuenta ajena y Toño, un padre guapo y apuesto (como decía su madre) pero humilde mecánico de profesión, dos grandes expertos en paternidad pues sumaban cuatro retoños tras mi llegada.
Mi abuela Leonor, ama de casa sacrificada en pos de una familia creciente con su correspondiente marido, es decir, mi abuelo Paco, abnegado jornalero de la industria metalúrgica con el sol recién nacido y cantaor flamenco aficionado en el bar de la esquina al caer la noche, largas éstas si los chatos se le antojaban breves.
Un tío Manolo como en casi todas las familias. Un tío gracioso y juguetón que aportaba en casa grandes dosis de buen humor pero poco o nada que llevarse a la boca. Eran destacables sus historias de la mili que nos desternillaban de risa.
Bernarda, una tía abuela que nadie se atrevía a catalogar con seguridad en que punto del árbol genealógico se encontraba con exactitud pero a la que guardábamos un inquebrantable respeto a causa de un espantoso ojo de cristal que nos mantenía a todos en alerta máxima.
Para finalizar pero no menos importante, una fauna variada que, aunque no personas, formaban parte del núcleo más querido: “Chucho”, un perro muy dormilón pero nada guardián y “Salvadorín”, un colorido guacamayo parlanchín venido de contrabando desde el otro lado del charco y al que gracias a su irrefrenable y grosera verborrea nos creó más de un problema con el párroco de la iglesia que por debajo de casa a diario solía pasar.
A las gallinas del balcón no las tendremos muy en cuenta ya que iban entrando y saliendo dependiendo de las visitas que recibíamos del pueblo, de los aniversarios familiares o del apetito dominical con que se levantaba el abuelo. Para no encariñarnos con ellas, en algún momento dejamos de ponerles nombres propios.
Con semejante multitud no hacía falta disponer en casa de más distracción pero, por si el espectáculo se nos antojaba escaso, disponíamos de una preciosa radio de válvulas de la marca Grundig que estaba todo el día encendida y por donde iban desfilando personajes hertzianos como la Sra. Francis o Simplemente María o una nostálgica España para unos españoles que habían tenido que marchar lejos para poder sobrevivir.
En nuestro hogar también escaseaba el dinero ya que los gastos iban creciendo exponencialmente por lo que hubieron de hacer auténticos equilibrios financieros para alimentar a los pequeños y a tía Bernarda primero y si algo sobraba, al resto de la tropa. Y así, entre brazos y patas fui creciendo hasta ser capaz de dividir superficie habitable entre personas y animales para comprender que mi futuro se encontraba en entredicho.

(Este relato ha sido publicado en la revista "La Murada" Ed.'10) http://www.lamurada.com/?p=496

30 de abril de 2010

Elvis, Memphis, Barcelona


Son las 23:55. Solo faltan cinco minutos para el cierre. Cruzo a toda velocidad la calle Platería para alcanzar las escaleras de entrada a la estación Jaume I. Bajo deprisa y llego al acceso de entrada antes que nadie me pueda ver. La sangre percusiona con fuerza mi cerebro hasta hacerlo insoportable.
- Relájate Pepe, relájate- me ordeno en silencio.
Sogiloso, bajo a la zona de vías y espero escondido bajo un arco de la pared medianera, fuera del alcance de mirada alguna. Allí esperaré hasta que cierren completamente el servicio. Intento recuperar algo de calma.

Todo empezó una tarde de invierno del lejano 1979, en Memphis. Antes de acabar mi aburrida jornada laboral recibí una misteriosa llamada en mi pequeña oficina de la calle Beale. Una sensual voz femenina insistía querer verme de inmediato. No voy a mentir, ser detective privado comporta este tipo de situaciones y fantaseaba desde hacía tiempo con un momento como ese.
Se presentó poco antes de las siete. Hacía un buen rato que había oscurecido y el minúsculo cubículo donde estaba se encontraba en penumbra. Sólo una pequeña lámpara de sobremesa encendida ofrecía algo de vida al recinto. Tomó rápidamente asiento y en un gesto estudiado, se quitó uno a uno los guantes que guardó discreta en su bolso. Aunque no había mucha luz, pude intuir la silueta de una hermosa mujer debajo de un largo y carísimo abrigo. Vestía completamente de negro y sus grandes gafas de sol concedían a este instante todo el misterio posible. Ann es la única seña de identidad que me quiso revelar.
Hacía año y medio que Elvis Aron Presley había muerto y desde aquel mismo día en todo el país corría como la pólvora un sinfín de historias increíbles sobre el difunto. Mientras la escuchaba atentamente, apuré el último cigarrillo que me quedaba.
- No hay problema,- comentó la reservada clienta- Le hablaré claro Sr. Vázquez, todos los que le hemos rodeado ya estamos acostumbrados a este tipo de cosas, pero la compañía de seguros lo ha complicado todo. Es prioritario que le encuentre.
Abrió de nuevo su bolso y sacó de su interior un pequeño sobre del que me hizo entrega. Al abrirlo, apareció una pequeña tarjeta escrita por una de sus caras:
“Para mi amada Ginebra de su caballero Lancelot”. Lentamente, una lágrima se derramó por su mejilla.
-Me llegó hace un par de días junto a una rosa. Es él – las palabras salieron quedamente de sus labios- es él, sin duda, ¡está vivo! y necesito encontrarlo- repitió sollozante.
Una mano frágil pero bien cuidada me tendió un cheque por valor de doscientos mil dólares que depositó delicadamente sobre la mesa.
Desde aquel mismo instante, he dedicado mi vida casi por entero a este caso, desde Buenos Aires a Tasmania, pasando por Cuzco, Dallas, Montana, Southampton, Oslo y por fin Barcelona. Una vida dedicada casi en exclusiva a una quimera que ya toca a su fin.

Pasan unos segundos de las 23:50h. Está todo sumido en un silencio sepulcral. Después de desaparecer el último convoy y que la ronda de seguridad diera un último vistazo a las instalaciones, me he quedado en la más profunda soledad. Es hora de ponerse en marcha.
Poco a poco camino por el oscuro túnel que debe llevarme hasta la vieja y abandonada estación de Correos. Aunque solo percibo la infinita quietud de este lugar, me sobrecoge la más inquietante de las incertidumbres. Recorridos unos doscientos metros vislumbro a lo lejos una tenue luz, una ínfima claridad que acelera mis pulsaciones. Voy acercándome lentamente mientras observo un gran número de formas humanas que aparecen súbitamente del subsuelo. Me muevo entre ellos y sin embargo no me ven, como si realmente no supieran que estoy allí. De repente, observo a un hombre entrado ya en años sentado en uno de los viejos bancos de la estación. Tardo un poco en reconocerlo, su renovada delgadez y su incipiente calvicie no lo ponen nada fácil. No obstante, los acordes que mágicamente hace aparecer de una guitarra al ritmo lento de Always on my mind me recuerda que este caso está resuelto. ¡Lástima que ya no podré salir jamás de aquí para explicarlo!


(Relato presentado a la 4ª edició del Concurs de Relats Curts Online de TMB 2010. De hecho, es un comprimido y adaptado de uno que podeis leer un poco más abajo)